18-12-16. Antes, en casa,
habíamos seleccionado los juguetes y decidido el precio de cada uno. Una mesa
en la calle frente a su antigua escuelita que ese día hacía mercadillo navideño.
Colocamos los juguetes con su precio correspondiente y nos pusimos a cantar
villancicos. Cuando se acercaba alguien gritábamos: ¡mercadillo, mercadillo de juguetes! Los
que nos oían se nos quedaban mirando. Algunos pasaban de largo, otros se detenían
un ratito y otros compraban. Poco a poco Romeo se fue animando, a pesar de que
al principio le daba vergüenza. La idea había sido mía atendiendo a una demanda
suya: quería ganar dinero. Finalmente se hizo con su tenderete. Se le
acumularon los compradores. No daba abasto repensando los precios, que los
lotes se habían desbaratado. A veces me daban ganas de salir corriendo al
escuchar el precio desorbitado que les ponía. Pero ante mi sorpresa, lo vendía.
No vendió todo, pero se fue tan contento con sus ocho euros. Quizás también te pueda interesar:
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