Pienso que a veces no coincidimos
con las personas en el tiempo y/o en el espacio. Me pasa con mis padres.
Cuando ellos van, yo vengo, y al revés, como dice la canción. Cuando yo
estudiaba como una burra y no tenía tiempo ni para limpiarme el culo, mis
padres me reclamaban. También no hace mucho cuando yo criaba a mi hijo. Ahora
que mi hijo ya no es un niño y que tengo una vida plena y satisfecha en muchos
sentidos, mis padres “no están” (una forma de decir que apenas nos vemos) en mi
vida. Como yo no lo estaba cuando hincaba los codos o cuando cambiaba pañales
mientras me preparaba para ir a trabajar.
Recuerdo a mis padres siempre muy
ocupados, cuando trabajan como profesores y cuando se jubilaron. Hasta hace
nada, jubilados ya, se ponían el despertador para levantarse a la misma hora de
siempre. También viajaban aprovechando las vacaciones escolares, como habían
hecho siempre, aunque ya no estuvieran en el sistema escolar. Mi madre llama a
las decisiones que toma en la vida “sus circunstancias”. Yo para explicarme
esas decisiones que voy tomando prefiero la palabra prioridad porque así estoy segura de tomar las riendas de mi vida. Ahora “sus circunstancias” hacen que tengan que coger el metro tres veces por semana para ir a terapias para mi padre. Tres
viajes de ida y vuelta que les agota. El resto de la semana, si no es
imprescindible, no hacen desplazamientos en metro, ni de ningún tipo.
Ayer cuando mi padre salía de una
de sus terapias (tiene Alzheimer) le pregunté qué había hecho y como es
habitual no lo sabía. Pero mi madre que estaba al lado le puso palabras: “has
mirado unas fichas de emociones, uno que se quemaba con una plancha…” Enseguida
me acordé de alguna actividad que hizo mi hijo en el colegio en relación al
tema. Volví a pensar lo mismo que pensé aquella vez: ¿no se dan cuenta que para
aprender y más sobre una emoción, no hace falta elaborar fichas sobre ello, que
la vida en directo es más efectiva? (No estoy pensando en el ejemplo de quemarse cuando escribo esto). En el caso de mi padre,
además, tengo la intuición de que las muestras de afecto y cariño son mil veces
más sanadoras que cualquier otra clase donde le muestren una emoción fotografiada o dibujada. Un tiempo
pasado en compañía le genera más conexiones neuronales, que cualquier
esfuerzo dirigido que pretendan hacer de él desde fuera. Esto no es una
intuición, he leído y escuchado mucho sobre aprendizaje. Mis padres también se
han preparado mucho para poder enseñar.
Los martes, la terapia es con
perros. Por lo visto los animales, y en concreto los perros, despiertan,
incentivan, una parte del cerebro de estos enfermos. Es una terapia emocional.
Y vuelvo a preguntarme: ¿no se dan cuenta que aquello que hace tanto bien a
estos enfermos es el cariño desinteresado, incondicional, sin carga negativa de
rencores…etc de una mascota a su dueño
y/o amigo? De nuevo el afecto y el cariño como fuerzas sanadoras.
Esta es una entrada llena de
frustración, frustración por no coincidir en el tiempo con mis padres. Frustración
también por no coincidir en el mundo de las ideas con ellos (en realidad, con mi madre, que es
la que gestiona la enfermedad de mi padre). Más de una vez, cuando llevaba a mi padre a esas
clases, he pensado en las pellas, no llevarle para darnos un paseo él y yo bien
grande, de la mano, hablando de nuestras cosas. Al final nunca lo hice. Creo
que es una de las cosas que más me voy a arrepentir cuando él falte.
Me entristece que mi madre me
cancele un plan el domingo porque el lunes tienen que ir a clases de memoria y
ya es mucho trajín.
He intentado de varias maneras
establecer una rutina con ellos para vernos asiduamente, ya que si lo dejamos al azar apenas surgen ocasiones. Pero ha sido
imposible. Ni paseos con mi madre cuando se jubiló, ni caminatas por el parque cuando les recomendaron hacer ejercicio, ni comidas en
casa cuando yo quería mostrar algunas de mis especialidades culinarias... Ni siquiera venir a mi Cine, con lo peliculeros que han sido. Nada. “Las circunstancias” les han impedido siempre establecer una rutina
de contacto conmigo. Me da mucha envidia mi amiga Mari Jose que merienda dos
días en semana con su madre mientras ven su serie favorita. Mi amigo Pablo que
desayuna todos los sábados con su padre después de hacer la compra. Todas las
parejas de hija-padre, hijo-madre… etc que van todas las semanas a mi Cine. Me
dan mucha envidia. Tengo que conformarme con el pequeño paseo que supone atravesar
el puente de Toledo los lunes y jueves después de las clases de mi padre en su
camino hacia el metro. Tengo que estar agradecida porque al menos coincidimos en el espacio (vivo cerca). Un puente entre diferentes maneras
de hacer, que no tienen por qué ser incompatibles, y que quizás en alguna vida nos conecte en el tiempo.
Es una entrada también llena de llanto.
Un llanto que empezó hace mucho y que continuo por escrito aunque sepa que no lo
van a leer nunca.
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