jueves, 23 de mayo de 2024

Terapia familiar

 

Pienso que a veces no coincidimos con las personas en el tiempo y/o en el espacio. Me pasa con mis padres. Cuando ellos van, yo vengo, y al revés, como dice la canción. Cuando yo estudiaba como una burra y no tenía tiempo ni para limpiarme el culo, mis padres me reclamaban. También no hace mucho cuando yo criaba a mi hijo. Ahora que mi hijo ya no es un niño y que tengo una vida plena y satisfecha en muchos sentidos, mis padres “no están” (una forma de decir que apenas nos vemos) en mi vida. Como yo no lo estaba cuando hincaba los codos o cuando cambiaba pañales mientras me preparaba para ir a trabajar.

Recuerdo a mis padres siempre muy ocupados, cuando trabajan como profesores y cuando se jubilaron. Hasta hace nada, jubilados ya, se ponían el despertador para levantarse a la misma hora de siempre. También viajaban aprovechando las vacaciones escolares, como habían hecho siempre, aunque ya no estuvieran en el sistema escolar. Mi madre llama a las decisiones que toma en la vida “sus circunstancias”. Yo para explicarme esas decisiones que voy tomando prefiero la palabra prioridad porque así estoy segura de tomar las riendas de mi vida. Ahora “sus circunstancias” hacen que tengan que coger el metro tres veces por semana para ir a terapias para mi padre. Tres viajes de ida y vuelta que les agota. El resto de la semana, si no es imprescindible, no hacen desplazamientos en metro, ni de ningún tipo.  

Ayer cuando mi padre salía de una de sus terapias (tiene Alzheimer) le pregunté qué había hecho y como es habitual no lo sabía. Pero mi madre que estaba al lado le puso palabras: “has mirado unas fichas de emociones, uno que se quemaba con una plancha…” Enseguida me acordé de alguna actividad que hizo mi hijo en el colegio en relación al tema. Volví a pensar lo mismo que pensé aquella vez: ¿no se dan cuenta que para aprender y más sobre una emoción, no hace falta elaborar fichas sobre ello, que la vida en directo es más efectiva? (No estoy pensando en el ejemplo de quemarse cuando escribo esto). En el caso de mi padre, además, tengo la intuición de que las muestras de afecto y cariño son mil veces más sanadoras que cualquier otra clase donde le muestren una emoción fotografiada o dibujada. Un tiempo pasado en compañía le genera más conexiones neuronales, que cualquier esfuerzo dirigido que pretendan hacer de él desde fuera. Esto no es una intuición, he leído y escuchado mucho sobre aprendizaje. Mis padres también se han preparado mucho para poder enseñar.

Los martes, la terapia es con perros. Por lo visto los animales, y en concreto los perros, despiertan, incentivan, una parte del cerebro de estos enfermos. Es una terapia emocional. Y vuelvo a preguntarme: ¿no se dan cuenta que aquello que hace tanto bien a estos enfermos es el cariño desinteresado, incondicional, sin carga negativa de rencores…etc  de una mascota a su dueño y/o amigo? De nuevo el afecto y el cariño como fuerzas sanadoras.

Esta es una entrada llena de frustración, frustración por no coincidir en el tiempo con mis padres. Frustración también por no coincidir en el mundo de las ideas con ellos (en realidad, con mi madre, que es la que gestiona la enfermedad de mi padre). Más de una vez, cuando llevaba a mi padre a esas clases, he pensado en las pellas, no llevarle para darnos un paseo él y yo bien grande, de la mano, hablando de nuestras cosas. Al final nunca lo hice. Creo que es una de las cosas que más me voy a arrepentir cuando él falte.

Me entristece que mi madre me cancele un plan el domingo porque el lunes tienen que ir a clases de memoria y ya es mucho trajín.

He intentado de varias maneras establecer una rutina con ellos para vernos asiduamente, ya que si lo dejamos al azar apenas surgen ocasiones. Pero ha sido imposible. Ni paseos con mi madre cuando se jubiló, ni caminatas por el parque cuando les recomendaron hacer ejercicio, ni comidas en casa cuando yo quería mostrar algunas de mis especialidades culinarias... Ni siquiera venir a mi Cine, con lo peliculeros que han sido. Nada. “Las circunstancias” les han impedido siempre establecer una rutina de contacto conmigo. Me da mucha envidia mi amiga Mari Jose que merienda dos días en semana con su madre mientras ven su serie favorita. Mi amigo Pablo que desayuna todos los sábados con su padre después de hacer la compra. Todas las parejas de hija-padre, hijo-madre… etc que van todas las semanas a mi Cine. Me dan mucha envidia. Tengo que conformarme con el pequeño paseo que supone atravesar el puente de Toledo los lunes y jueves después de las clases de mi padre en su camino hacia el metro. Tengo que estar agradecida porque al menos coincidimos en el espacio (vivo cerca). Un puente entre diferentes maneras de hacer, que no tienen por qué ser incompatibles, y que quizás en alguna vida nos conecte en el tiempo.

Es una entrada también llena de llanto. Un llanto que empezó hace mucho y que continuo por escrito aunque sepa que no lo van a leer nunca.

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