Una vez hace tiempo escuché a alguien decir que su ropa no se gastaba, que tenía ropa de hace un montón y que la que tenía le duraría todo lo que le quedaba de vida. Aquello se me quedó en la cabeza. Desde ese momento cambié cosas en mi vida. Además, no creo en los contenedores de reciclado de ropa que aparecen un día sí y otro también abiertos y con la ropa desperdigada por el suelo. Ahora si alguna prenda de ropa me cansa la transformo, la pego un dibujo hecho por mis sobrinos, la coso un adorno o la reformo totalmente.
De aquella manera de hacer derivó
una propuesta: no comprarme más ropa ni más nada que no fuera comida, viajes o cosas
de la casa (gas, luz, agua…). Regalos para otras personas también puedo. Pensé que los años que me quedan de vida no me
dan para consumir todo lo que tengo: ropa, libros, objetos… Mi propuesta tomó
forma: cuando cumpliera cincuenta años dejaría de comprar. Así lo celebré. Mi
última compra fue una revista de moda con el dinero que me regaló mi tía María
por mi cumpleaños. Cuidé el momento hasta el último detalle: acercarme al
kiosco, observar todo, elegir, mirar el dinero del regalo que me quedaba,
pagar, mirar a los ojos al vendedor y decirle gracias seguido de “que tenga
usted un feliz día”.
Además, ahora que ya no me
intereso por la ropa, mi hijo empieza a interesarse por ella y me he dado
cuenta de que es más fácil así, pues si no tendría que emplear demasiado tiempo
en comprar. También me he dado cuenta de que todo
ese dinero que no me voy a gastar lo puedo emplear en él y en mí cuando sea vieja. Por otra parte, si se me encapricha algo
siempre tengo mi lista de regalos actualizada para que cualquier persona me
haga regalos cuando toca o cuando le apetezca. Hace poco me gustó una falda pantalón
deportiva que tenía una amiga y pensé: Macarena, olvídate, ya no te la puedes
comprar. Pero acto seguido me acordé de mi lista de regalos y ahí está y yo tan
tranquila.
No hay comentarios:
Publicar un comentario