He confeccionado horarios desde
pequeña. Creo que empecé a hacerlos en 5º de EGB cuando noté que el día no me
daba para todo lo que tenía que hacer. Nada más empezar el curso escolar
escogía una cartulina y lo diseñaba minuciosamente: hasta el tiempo de la merienda
lo tenía apuntado con su principio y final. Recuerdo que lo pegaba en la pared
frente a la que estudiaba, pero no a la altura de los ojos, sino a la altura de
las rodillas, debajo de la mesa, para que nadie me lo viera. Porque si me lo
descubrían pensaba que se burlarían de mí.
Me obsesiona el tiempo: no perder
el tiempo, que me dé tiempo a todo lo que quiero hacer, no morirme antes de
tiempo… Creo que en parte se debe a que de niña y adolescente estaba repleta de
obligaciones que apenas cabían en un día. También creo que se debe a que de
niña y adolescente casi nunca hacía lo que quería hacer. Cuando empecé a ir a
la Universidad me hice socorrista y como tenía que nadar todos los días lo hacía antes de entrar en clase, súper pronto. ¡Así es que me levantaba de madrugada
para hacerme una pizza de desayuno! Pues sabía que luego no me daría tiempo a
comer.
Trabajos varios, viajes, hijo, mudanzas…
han supuesto nuevas creaciones de horarios en mi vida. Algunos los he cambiado cada año, otras veces cada más tiempo. Ahora llevo ya varios años con
el mismo horario. Un horario heredado siempre de mis años escolares porque está
estructurado en horas y cuando llega el final de ésta cambio de tarea como si
hubiese sonado la alarma. Pero ahora casi todo lo que incluyo en esas horas son
cosas que me gustan y las que no, las hago porque me compensa hacerlas.
También he cambiado la forma de afrontar mi horario. Pues antes me arrodillaba para verlo y lo cumplía a rajatabla sin excepciones ni concesiones. Era capaz de decir que no a propuestas que me apetecían porque mi horario rezaba otra cosa. Ahora hago reciclaje de actividades y juego a hacer puzles con mi horario. Por ejemplo, hace un par de años acompañé a mi madre a comprarse ropa para una boda. Ese día y a esa hora mi horario decía: película (me encanta el cine y como quiero ver tantas películas tengo que organizarme para que me dé tiempo a verlas antes de morirme). La película que vi, reciclando ese momento, fue “paseo con mi madre a dos tiendas de ropa”: vi cómo miraba la ropa, cómo escogía lo que la podía sentar bien, cómo se probaba alguna prenda… Una obra de arte al estilo Truffaut. Hace poco me llamó un amigo por teléfono al que no veía desde hace tiempo. Le devolví la llamada en mi hora de lectura. La conversación telefónica superó con creces la historia de alguno de mis libros. Otras veces muevo las actividades de mi horario como si estuviera haciendo puzles con el tiempo. Por ejemplo, una vez a la semana comemos, cenamos o nos tomamos algo fuera. La semana pasada se nos juntaron dos comidas fuera, así es que tuve que mover (en mi cabeza) una de ellas como si fuera la de otra semana y esa semana en cuestión no comimos fuera. Hacer esto, reciclar actividades y jugar a puzles con el tiempo, me facilita la vida y me gusta. Ahora incluso juego a robarme cachitos de tiempo: así, por ejemplo, cinco minutos de una cosa los pongo en otra. También ahorro tiempo: si un día se me alarga por un cambio que no depende de mí, hago algo correspondiente a otro día en el que ya intuyo que voy a tener menos tiempo del habitual. Luego están los márgenes. Me encanta ese tiempo de los márgenes, el que no está contemplado en mi horario, que dedico a cocinar, mirar por la ventana o no hacer nada si lo consigo. Y a veces hago pellas a la vida. Esto es no hacer lo que mi horario dice, como por ejemplo irme toda la mañana con mi amiga Rosalía a pasear por el campo.
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