jueves, 8 de diciembre de 2011

Romeo pierde su ardillita

Realmente fue la mamá de Romeo quien la perdió. Que salir con prisas dice la sabiduría popular nunca es bueno. Y aquel día me la metí en el bolsillo de la chaqueta y en el semáforo se me debió caer. Cuando me di cuenta creí que me doblaba de dolor. Su ardillita, su primer peluche, que le había regalado la abuela nada más nacer, ¡qué pena más grande! Desde que nació la llevaba casi siempre de paseo en el carro, otras veces se la guardaba durante una temporada y cuando la volvía a ver se ponía la mar de contento. Cómo le gustaba la ardillita. Las pérdidas siempre me han costado y ahora que son las pérdidas de mi hijo más todavía, pienso. Una amiga me dijo una vez que cuando se quería desprender de algo lo que hacía era fotografiarlo para que no le costara demasiado, así seguía teniendo el recuerdo de esa cosa, aunque fuera en imagen. Ahora cuando veo la ardillita en brazos de Romeo pequeñito pequeñito que casi era ésta más grande que él, me acuerdo de mi amiga, pero no me consuela. Cuando veo una ardilla en un cuento le hablo a Romeo de su ardillita, le pregunto si se acuerda de ella, no para que se ponga triste como yo, sino para que también perdure en el recuerdo, esta vez en las palabras. Después de la ardillita llegaron y se fueron también un cuento de plástico precioso que le regaló un tío mío, un vaso con dos asas de una prima, una cuchara de su tía... Es lo que tiene vivir, usar las cosas, darles vida, que a veces escogen un camino que no está junto al nuestro.

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