En
la cochera os espero, nos dijo Tía Clara. Allí se desarrollaría toda la escena
del fin de semana. Cuando llegamos ya estaba la cerda abierta por la mitad, colgada
boca abajo y desangrándose sobre un barreño. Romeo se acercó a mirarla, como
quien observa una casa, un árbol, o algo que ha visto ya millones de veces,
para nuestra sorpresa. Su padre comenzó con las fotos: Romeo al lado de la
cerda. Yo empecé a registrar en mi interior toda actividad que allí se
desarrollaba: los torreznos en la sartén, las migas volteándose sobre la
lumbre, manos embadurnadas de rojo removían un mejunje de sangre y cebolla
dentro de un barreño. Cerca de allí, la encargada de las natillas echaba leche
en una cazuela gigante. Tía Clara servía los cafés, de puchero calentado al pie
de la lumbre. Los hombres armados con cuchillos y otras herramientas empezaron
el despiece. Primero la cabeza. Entre cuatro tuvieron que rajar y girar la
cabeza para descolgarla. Romeo inmune al primer acto jugaba a los dados y a hacer
juegos de magia a los allí presentes. Después del café acompañado de torreznos
e hígado continuó el trabajo: las
mujeres en torno al fuego, los hombres en torno a la cerda. Romeo nos hizo la
comida sobre un bidón lleno de cenizas: naranjas con pimiento y ajo más sopa,
dijo que era. La otra comida fue al sol, que hacía frío. Aunque más de uno se
tuvo que resguardar de los rayos en la umbría del garaje después de comer las
migas con torreznos, chorizo, lomo, pimientos, miel y leche. Así se comen allí:
migas solas en el plato y aparte cada uno se sirve lo que quiera del resto. La
miel en una puntita de la cuchara cada vez que coges migas. La leche para
añadirla a las migas del fondo del plato, de postre. Romeo bromeaba con unos y
otros: que si como con una cuchara grande de madera, que si me doy culetazos, que si te pillo, que no me
coges... Por la tarde a embuchar las morcillas y seguir cortando a la cerda:
jamones, tocino, orejas… Que todo se aprovecha (hasta los andares), como apunta
el dicho. Terminada la faena del primer día, la cena: carne que se ha separado
para la ocasión, en su jugo, a la lumbre también. Y de postre sopa de ensalada
para bajar la grasa, del mismo plato todos. Acabada la cena comunal se recoge y
para casa. Allí se queda la cerda desestructurada entre barreños y ganchos por
las paredes, y las natillas recién hechas en platos soperos extendidos sobre la
mesa.
Al
día siguiente se continúa la faena. Dejaros hueco en el desayuno para probar la
sorda, nos dice Tía Clara. Efectivamente, nada más llegar vemos que ya están
probando los torreznos y la carne del chorizo frita, riquísima. Después las
mujeres hacen los chorizos en torno al fuego para no pasar frío. Una mete la
carne en la picadora, la otra sujeta la tripa, otra anuda, otro lo lleva. Romeo
con su padre se encargó de esta última labor; todo contento iba ensartando los
collares de chorizos en las estacas. Así como de pincharlos para sacarles el
aire. Unos gordos, otros finos y luego todos ahumados sobre la lumbre,
directora de escena de la matanza. Los hombres al cuchillo siguen cortando el
tocino y colgando los jamones. Para comer, cocido, que lleva desde primera hora
de la mañana sobre el fuego, al lado del puchero del café que a cada rato se
sirve junto con torreznos o lo que haya. El cocido riquísimo: sopa con fideos,
garbanzos, carne de cerdo, jamón, chorizo, tocino… aderezado con vino de pitarra
y pan blanco. Rico, Rico. Y de postre natillas, como manda la tradición. Romeo
se pone morado. Y esa es la escena final, que ya todos recogen y se van para
sus casas. Acabada la matanza de Tía Clara y Tío Jose damos un paseo por el
campo. Vemos un burro a lo lejos y Romeo pregunta si es una estatua. Es lo que
tiene venir de la ciudad.
1 comentario:
Me encanta. Y me alegro de que disfrutáseis tanto.
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