miércoles, 8 de abril de 2015

Romeo va de matanza


En la cochera os espero, nos dijo Tía Clara. Allí se desarrollaría toda la escena del fin de semana. Cuando llegamos ya estaba la cerda abierta por la mitad, colgada boca abajo y desangrándose sobre un barreño. Romeo se acercó a mirarla, como quien observa una casa, un árbol, o algo que ha visto ya millones de veces, para nuestra sorpresa. Su padre comenzó con las fotos: Romeo al lado de la cerda. Yo empecé a registrar en mi interior toda actividad que allí se desarrollaba: los torreznos en la sartén, las migas volteándose sobre la lumbre, manos embadurnadas de rojo removían un mejunje de sangre y cebolla dentro de un barreño. Cerca de allí, la encargada de las natillas echaba leche en una cazuela gigante. Tía Clara servía los cafés, de puchero calentado al pie de la lumbre. Los hombres armados con cuchillos y otras herramientas empezaron el despiece. Primero la cabeza. Entre cuatro tuvieron que rajar y girar la cabeza para descolgarla. Romeo inmune al primer acto jugaba a los dados y a hacer juegos de magia a los allí presentes. Después del café acompañado de torreznos e hígado continuó el trabajo: las mujeres en torno al fuego, los hombres en torno a la cerda. Romeo nos hizo la comida sobre un bidón lleno de cenizas: naranjas con pimiento y ajo más sopa, dijo que era. La otra comida fue al sol, que hacía frío. Aunque más de uno se tuvo que resguardar de los rayos en la umbría del garaje después de comer las migas con torreznos, chorizo, lomo, pimientos, miel y leche. Así se comen allí: migas solas en el plato y aparte cada uno se sirve lo que quiera del resto. La miel en una puntita de la cuchara cada vez que coges migas. La leche para añadirla a las migas del fondo del plato, de postre. Romeo bromeaba con unos y otros: que si como con una cuchara grande de madera, que si me doy culetazos, que si te pillo, que no me coges... Por la tarde a embuchar las morcillas y seguir cortando a la cerda: jamones, tocino, orejas… Que todo se aprovecha (hasta los andares), como apunta el dicho. Terminada la faena del primer día, la cena: carne que se ha separado para la ocasión, en su jugo, a la lumbre también. Y de postre sopa de ensalada para bajar la grasa, del mismo plato todos. Acabada la cena comunal se recoge y para casa. Allí se queda la cerda desestructurada entre barreños y ganchos por las paredes, y las natillas recién hechas en platos soperos extendidos sobre la mesa.

Al día siguiente se continúa la faena. Dejaros hueco en el desayuno para probar la sorda, nos dice Tía Clara. Efectivamente, nada más llegar vemos que ya están probando los torreznos y la carne del chorizo frita, riquísima. Después las mujeres hacen los chorizos en torno al fuego para no pasar frío. Una mete la carne en la picadora, la otra sujeta la tripa, otra anuda, otro lo lleva. Romeo con su padre se encargó de esta última labor; todo contento iba ensartando los collares de chorizos en las estacas. Así como de pincharlos para sacarles el aire. Unos gordos, otros finos y luego todos ahumados sobre la lumbre, directora de escena de la matanza. Los hombres al cuchillo siguen cortando el tocino y colgando los jamones. Para comer, cocido, que lleva desde primera hora de la mañana sobre el fuego, al lado del puchero del café que a cada rato se sirve junto con torreznos o lo que haya. El cocido riquísimo: sopa con fideos, garbanzos, carne de cerdo, jamón, chorizo, tocino… aderezado con vino de pitarra y pan blanco. Rico, Rico. Y de postre natillas, como manda la tradición. Romeo se pone morado. Y esa es la escena final, que ya todos recogen y se van para sus casas. Acabada la matanza de Tía Clara y Tío Jose damos un paseo por el campo. Vemos un burro a lo lejos y Romeo pregunta si es una estatua. Es lo que tiene venir de la ciudad.

1 comentario:

Clara García Alonso dijo...

Me encanta. Y me alegro de que disfrutáseis tanto.