Recuerdo el pensamiento que tuve
la primera vez que Romeo se hizo una herida, aunque ahora no recuerdo la
herida. Pensé: su piel ya no está lisa e impoluta, ya empieza a tener las
marcas de la vida. Sentí una cierta pena, pero por otro lado reconocí de nuevo su persona, que empezaba a seguir los trazos de su canción. Este agosto escribí:
16-8-15 Accidente en toda regla.
Vamos a la playa urbana de Conde Duque donde hay una jornada especial para
niños y nada más llegar vemos que están echando espuma para que los niños se
diviertan, cosa que a Romeo le encanta. Le ponemos el bañador (íbamos
preparados) y para allá que va. Dos minutos de auténtica felicidad y de repente, tragedia. Carlos le ve que se tira a la espuma como si de una piscina se
tratara y yo desde más lejos veo que se zambulle para llenarse de espuma. Con el ojo todavía en
el objetivo para inmortalizar su cara de felicidad, observo que sale todo
ensangrentado. Se acaba de partir de nuevo la barbilla (dos meses antes le
habían dado tres puntos por una caída en la bañera). Por eso me pedía él las gafas
de la piscina unos minutos antes… Se creía que se podía nadar en la espuma, como más tarde
nos contó. Le curan y viene una ambulancia del Samur para
llevarnos al 12 de Octubre, donde le
cosen, cinco puntos.
El enfermero me dice lo que ya sé
y “re-sé”: que lo primero que tengo que hacer cuando mi hijo se hace daño es
mantener la calma, pues eso "cura" también la herida. Pero salió mi nervio, mi angustia, mi dolor, todo salió de
golpe al verle. Siempre llevo un botecito de un ungüento mágico de Sonsoles en
el bolso, para las caídas, pero tampoco para mi dolor cuando Romeo se hace una
herida. Hablamos de ellas cuando me las muestra para ver cómo van: "ya se ha
hecho costra oscura, mamá"; "ya se ha caído la costra"; "mira qué bien tengo la
cicatriz ya"… Y también recordamos cómo se las ha hecho. Son episodios
de su vida, su diario escrito. Ahora no quiere ir a fiestas de la espuma.
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