23-10-13. Romeo se vistió solo
por primera vez el mismo día (de otro año) que murió mi abuela paterna, que era
modista. Son estas cositas de la vida, donde yo pongo significado, las que me
van marcando un camino que sigo mientras se desteje la maraña. Romeo ha pasado
los tres primeros años de “Momo” abrigado hasta lo imposible, aunque hiciera
casi cuarenta grados de temperatura. Hoy en día todavía me cuesta no ponerle
abrigo cuando va a salir a la calle, aunque él diga que tiene calor. Me
preocupan su cuello o sus pies si yo tengo esas partes de mi cuerpo frías. Cuando
yo era pequeña, si hacía menos de diez grados de temperatura nos teníamos que
poner gorro. Dependíamos de un número para saber si nuestro cuerpo iba a tener
frío o calor. Era lo mejor para nosotras aunque ahora no lo practique.
Romeo se pone la ropa que su
padre o yo le dejamos sobre la cama estirada y ordenada. Recuerdo todavía cuando
le teníamos que vestir, el juego que suponía para él, y el esfuerzo para
nosotros. Ahora sigue siendo juego: ¡os voy a “anar”! dice, pero ya para
nosotros no supone ningún esfuerzo. Entre medias ha habido días de paciencia
bendita para que se pusiera los calcetines, que el talón se le colocaba arriba
cuando menos te lo esperabas; el calzoncillo con las dos piernas por uno de los
agujeros; el jersey del revés; el pantalón que hacía que se cayera para atrás
porque el pañal le pesaba demasiado cuando levantaba una de sus piernas… Y nosotros allí con la mirada, con las
palabras, con los nervios a flor de piel pero no dejándolos salir… Pensar que
todo esto lo hacen nuestros queridos Diego y Tula todos los días de la semana
multiplicado por diez… Se me ponen los pelos de punta sólo de pensarlo. No sé
si es paciencia, entrega, meditación o una mezcla de todo, pero acompañar a
diez niños mientras se colocan sus pantalones de lluvia, se visten después de
haberse quedado en pelotas para jugar, se ponen los zapatos para salir… estoy
convencida es lo mejor para conseguir la paz en el mundo, lo dice mi maraña.
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