Así me lo dijo. Que le daba
apuro preguntárselo. Después explicó que era porque sólo la conocía de dos días, para a
continuación decirme en tono de exigencia que: “te pido por favor, que vengáis
vosotros el día de Reyes a casa”. Acto seguido detalló la exigencia con
justificaciones como: es que no habéis venido ningún día estas navidades. Ahí
se me encendió el piloto de la cólera. Era mentira, ya que habíamos ido a
visitarles el día de Nochebuena. Pero esto no se lo dije. Se me olvidó. Le
solté que ellos tampoco habían venido a nuestra casa ni habían propuesto quedar otro día. A empezó a dar
explicaciones al vacío y a aturullarse con las palabras. Como habíamos llegado
a su casa y ahí el tema era otro, recoger a Romeo, acabó la conversación.
Atendiendo al apuro de A, le pedí a otra persona que tenía más confianza con la persona objeto del apuro, que si
le parecía bien se lo preguntara ella y que, si se lo preguntaba, me dijera que
contestaba. Nunca obtuve repuesta. Llegó el día y se presentó A con su apuro y un acompañante, que era a quien yo había propuesto que preguntara la pregunta objeto
del apuro. Antes de irse manifestaron su
rencor por haber venido.
¿A de apuro? No lo sé. Mi
tortícolis, dolor de garganta y cabeza tampoco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario