-Hola, soy Macarena. Tengo una
llamada de mamá en el móvil, ¿está?
-No, no está.
-Ah, bueno. Dile que he
llamado, ¿vale?
-Vale, se lo digo. ¿Todo en
orden?
-Sí, todo en orden.
-De acuerdo. Adiós.
Siempre que llamo a mi casa y no
está mi madre A, se sucede esta escena. El otro día me quedé pensándolo y ahora
lo escribo para repensarlo. Mi padre A quiere saber si está todo en
orden. Imagino que así se queda tranquilo. A veces he pensado en preguntarle a
qué se refiere con esa frase. Por mi deseo de ser lo más exacta posible con las
palabras. Pero luego he desistido por
temor a que no me conteste como me gustaría. Así es que el otro día me quedé
con la palabra orden, relacionada con vida y mundo, en la cabeza y colgué.
Supongo que con el bienestar que procura saber que todo está en orden, seguiría
con sus quehaceres.
Me pregunto si cuando Romeo deje
de contarme sus hazañas con los videojuegos, querré saber de otras epopeyas o
simplemente le diré: ¿todo en orden?
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