miércoles, 17 de enero de 2018

A abre la puerta


-No voy a volver a abrir a nadie más. Al final me lían y mira qué horas…
Tras despedirse del vendedor de turno, mi padre A cierra la puerta y suelta esta frase. Casi siempre es la misma. A veces cambia el orden de las palabras o los verbos, pero la intención manifiesta es la misma. Sin embargo, vuelve otro vendedor a los dos días y vuelve a abrirle.
No sé qué atracción magnética produce el uno sobre el otro, ni la entiendo. Pues el otro es escéptico por naturaleza y parco en palabras, además de poco dado a la escucha. Sin embargo, tras la llamada a la puerta a horas intempestivas, se produce este milagro del cual a veces he sido testigo. Más milagroso me parece aún que el hecho se repita. Como si el aprendizaje de la mala experiencia o la promesa de no volver a abrir no surtiera efecto alguno sobre A. Parece que el patrón de actuación o el personaje enmascarado de A, fuera más poderoso que la intención prometida.

Recuerdo una historia que me contaron de mi abuelo A, el cual compró una colección de monedas enmarcadas a un vendedor de puerta. Después este hecho fue criticado. Pienso ahora que mi padre sigue abriendo a los vendedores de puerta porque mi abuelo lo hacía. Por mucho que él no quiera o se prometa a sí mismo no volver a hacerlo. Pero gracias a la evolución se queda ahí sólo: abre, escucha y cierra maldiciéndose. No he visto más colecciones enmarcadas. 

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