Cuando yo era niña en mi casa la
televisión tenía poder. Por las mañanas estaba prohibido verla. Por la tarde
sólo podíamos ver Barrio Sésamo. De
adolescente, mi padre A casi siempre decidía qué se veía por la noche. Fue en aquella época cuando mi novio me
regaló una tele, para que yo pudiera ver lo que quisiera en mi habitación. En la
Universidad estudié Historia de la Televisión.
Cuando me independicé me fui con
la tele, que me había regalado mi novio, a cuestas. De entonces recuerdo los
viajes al pueblo y las visitas a casa de mis titas y abuelo con la televisión
siempre encendida. Mi padre criticaba esta actitud televisiva de sus mayores.
Un día que Romeo se quedó al
cuidado de mi padre, éste dijo: hasta que venga la abuela vamos a ver la
televisión. Según me lo contó Romeo, yo lo imaginé como si fuera una propuesta
de pellas a la vida, como si estuvieran haciendo algo malo. Pronto supe que esto forma parte del lote de “los abuelos malcrían a sus nietos”. Todo lo
que prohibieron a sus hijos, lo hacen ahora con sus nietos. Quizás tenga que ser
abuela para entenderlo… Aunque tengo esperanzas de que no sea así, pues he
entendido el enganche del tabaco sin haber fumado un cigarro en mi vida.
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