Recuerdo un momento de mi vida en
el cual le dije a mi madre A que por favor no me regalara más ropa. Cumpleaños,
Reyes, recuerdo de un viaje… eran desencadenantes para una tormenta de ropa. Yo
pensaba: pero ¿por qué me regala este jersey si nunca he dicho que lo quisiera?
¿Y esta falda? Me sorprendían aquellos regalos. No sabía de dónde había venido
la expresión del deseo de tenerlos. A su vez me ponían tristes. Me hacían
sentir desconectada de mi madre, o más bien, sentía a mi madre desconectada
de mí, de mis deseos, de mis gustos. Poco después inauguré un apartado en mi
página web: http://macarenamenasantos.blogspot.com.es/p/como-me-recordo-un-amigo-regalo.html
Porque, a pesar de habérselo
dicho, seguía recibiendo regalos de ropa. Chaquetas, pantalones, bufandas,
faldas, abrigos… continuaron llenando mi armario. Me di cuenta que mi madre A
no era la única, que a mi alrededor mucha gente hacía lo mismo: regalar ropa.
Como si fuera una pauta social establecida no escrita. Empecé a elaborar un
tratado del acto de regalar en mi cabeza, llegando a la conclusión de que la
ropa es una de las cosas que más se consume, que muchas personas cambian de atuendo cada estación, que la vestimenta define a la persona, la llevas contigo, la
muestras como objeto regalado… Buscaba una explicación a la poca atención de mi
madre. No se daba cuenta de que la ropa era lo que menos me importaba del
mundo, que mientras mis amigas se compraban prendas de marca yo ahorraba para
comprar una casa. Que tenía la ropa hecha un desastre en el armario y que me
importaba un pito. Que yo creaba mi propia ropa porque lo que veía por ahí no
me gustaba.
Y por fín creo que lo he
conseguido: tengo ropa de aquí a que me muera.
No necesito más. Tan sólo alguna puntada por si algo me quedara pequeño
o grande en un momento dado, un dibujo o unas letras escritas en la prenda por
si me canso de verla, un trozo de tela bonita por si tengo que tapar una mancha…
¡Nada más!
No hay comentarios:
Publicar un comentario