Un día mi madre A acompañó a
Romeo a un taller de Scratch porque nosotros no podíamos acompañarle ese día. Había
muchos más niños y padres de lo habitual en el espacio y no había sillas
suficientes. Mi madre se quedó sin silla. Era la única abuela
del lugar, aunque por su presencia, quizás, no aparentaba ser mucho más mayor que
los allí presentes. Estuvo más de dos
horas de pie, sin sentarse, acompañando a su nieto que manejaba ratón y teclado
a ritmo de Scratch. Nadie le ofreció asiento y ella fue incapaz de pedirlo, a
pesar de que estaba incómoda y cansada. Tiempo después oí una frase de alguien:
“nuestros padres son la generación del sufrimiento”. Como si hubiera
generaciones de todo: de mileuristas, de la posguerra…; ahora descubro que mi madre debe pertenecer a esa del sufrimiento que dicen, de las que callan
sentimientos y no dejan salir emociones.
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