Esta mañana desayunando, Carlos y
yo hemos hablado de las veces que Romeo ha llorado en el colegio: una porque le
querían obligar a comerse un puré de calabaza; otra porque le dijeron que fuera
a la clase de baile con los demás niños, cuando él quería esperarme; otra porque
llegué tarde tres minutos a recogerle…
Hace unos meses, mi madre A le
dijo a Romeo: “no te pongas triste”. Sé que lo dijo con el ánimo de acabar
pronto con aquella escena que tanto le desagradaba. Se le había caído un diente
en el colegio y tras guardarlo en un sobre que le dio una amiga, lo perdió.
Romeo estaba triste por la pérdida de su diente. A mi madre le entristecía
verle triste. Creo que no aguantaba verlo así, expresando su sentimiento. Fue su manera
de estar ahí, en ese momento. Yo, quizás, si no creyera que las tormentas que no salen a la superficie provocan tsunamis en el cuerpo, hubiera actuado igual.
Me ha gustado lo que me ha dicho
Carlos en el desayuno. Cada vez que alguien del cole nos diga expresando
sorpresa que Romeo ha llorado, le podemos decir que nuestro hijo hace muchas cosas,
entre ellas llorar cuando algo le pone triste. Igual que se ríe cuando algo le
pone alegre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario