Al poco tiempo de comenzar Romeo
el colegio, su tutora nos indicó sorprendida cómo hacía algunos números y algunas letras.
Como si nosotros no lo supiéramos. Es más, yo por aquel entonces estaba
enamorada de la grafía de mi hijo. Ya he contado en más ocasiones, que al venir
de otros sistemas de aprendizaje, para nosotros ver cómo nuestro hijo se
empezaba a interesar por los números y las letras, y ver cómo él sólo empezaba a
leer y escribir fue maravilloso.
Pues bien, Romeo hacía unas erres
preciosas hasta que llegó al colegio. Allí se las cambiaron. Empezó a hacerlas
como las que vienen en los libros de texto, iguales a las de los demás niños.
Me dio mucha pena y aún hoy cuando miro su nombre escrito en su primera botella
de agua o en la camiseta que le regalamos a su padre, me duele.
Cuando he visto en su cuaderno de
trabajo de lengua que tuvo que hacer un ejercicio cuyo enunciado ponía "copia
con buena letra", he recordado su preciosa erre. ¿Es que acaso hay quién determina lo que es la buena letra y mala letra? La erre de Romeo era única y
original. ¿Por qué se empeñan en hacer a todos los niños y niñas iguales, para
luego destacar al diferente? ¿Por qué no destacar
la diferencia desde el principio, cuando
se es único y original? Es más, observo que todas las niñas y niños están obligados
a hacer la letra que a quien sea se le antoja y los adultos podemos hacer la
que nos viene en gana, o ni tocar un bolígrafo si queremos.
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