Dedicado a los que me dicen: habla con tu madre.
He hecho varias entrevistas de trabajo, que me han puesto muy muy nerviosa, pero el diálogo más difícil de toda mi vida ha sido con mi madre. Cuando he querido hablar con ella he tenido insomnio durante varios días, he pasado días sin hambre, dolor de estómago, jaquecas, me he enfadado más de lo normal con mi pareja e hijo… Mi madre es la persona con la que más me cuesta hablar, tanto por la forma (no tenemos una vía de comunicación) como por el fondo.
Como ya escribí hace tiempo no recuerdo ningún beso ni abrazo de mi madre, aunque imagino que los tuve porque hay fotos (aunque las fotos muchas veces mienten, también es verdad). Tampoco recuerdo jugar con ella. Aparte del poco apego establecido en la infancia, sé que hay un punto crucial en nuestra historia en común donde se rompió nuestra poca relación. Después de aquel episodio, pienso, nada volvió a ser como antes. Hablar, a veces tuvimos tiempo y espacio para hacerlo, pero nunca el que yo necesité. Mi madre fue la que me dijo: “no puedes obligar a nadie a quererte”, que tanto me ayudó. Cuando se jubiló le propuse una actividad: "paseos con mi madre", que nunca cuajó. Fuimos avanzado por líneas temporales paralelas que se fueron distanciando más y más a la vez que iban surgiendo impedimentos para que estableciéramos comunicación: mi adolescencia (vivida por y para el estudio porque aprendí a hacerlo así, para recibir la atención que no recibía de otra forma), su trabajo interminable (mi madre ha sido profesora 24/7: cuando llegaba a casa tenía que revisar tareas de clase y las vacaciones estaban organizadas en función de lo que tenía que preparar para clase: este museo, esta iglesia…), los malos resultados en los estudios de mi hermana, las enfermedades de mi hermana, la dificultad de independizarse de mi hermana, la enfermedad de mi padre, las suyas… La poca comunicación que teníamos pronto se vio eclipsada por otros temas que no era yo. Cuando llegó el nieto el eclipse fue total. Yo alucinaba cuando al vernos sólo se dirigía a él o cuando me llamaba y sólo preguntaba por él.
Pienso que las múltiples desgracias vividas le han hecho estar cada vez más cerrada a la escucha, escucha de los demás que empieza por escucharse a sí misma. Tenía que seguir para adelante a pesar de haber visto arder su casa con tres años y haber perdido a su hermana, cuñado y sobrina en un accidente de tráfico, por mencionar dos de ellas.
Hubo un tiempo en que como era tan difícil encontrar momento y lugar para hablar con ella, la escribía, pero como coincidió con su operación de cataratas, enseguida me dijo que no podía leer. Lo mismo con los whatsaps, “no puedo leer nada en el móvil”, me dijo, cuando yo la veía mirar una y otra vez el móvil. Cuando supe más de la enfermedad de mi padre quise llamarla todos los días para acompañarla en los cuidados, pero enseguida me dijo que no lo hiciera. Cuando la llamo siempre oigo su resuello de agobiada al teléfono y enseguida me corta porque tiene que atender a mi padre. Nunca me devuelve las llamadas interrumpidas. Sólo me ha llamado con frecuencia cuando estuve enferma de cáncer. Mi madre pone barreras a mi comunicación con ella porque yo soy emoción, pienso. Yo necesito expresar cómo me siento, hablar de lo que me pasa, y mi madre necesita ocultarlo con sus historias vecinales o con los noticiosos. Pienso que tiene acumulados tantos duelos sin resolver que se le han ido solapando uno tras otro. Que es narradora y peliculera por eso, porque necesita mantener el dolor bajo llave con historias que la desvíen de ello.
Entendido esto, todavía me cuesta asimilar que mi madre no sepa qué me gusta, qué hago, a qué dedico mi tiempo... Quizás porque soy madre no logro aceptar que yo no le interese.
“Nunca se puede hablar con ellos de lo
que me pasa. De bebé no podía porque no sabía, luego no me dejaban, luego no
era el momento porque ni yo ni ellos lo teníamos y ahora que lo tenemos es casi imposible...” reza
mi diario.
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