Su papá dice que es un
seductor. Ante eso yo pienso que, claro, tiene los ojos de su papá que son los
que me sedujeron a mí. El caso es que Romeo se queda mirando a la gente y la
gente se le queda mirando. Esto ocurre en todo tipo de espacios pero es
más descarado en los espacios cerrados como el metro. Allí Romeo no se corta y
la gente no se corta con Romeo. Aún recuerdo como personas a quienes apenas conocía de nada
o conocía muy poco me tocaban la barriga para comprobar que estaba embarazada. Así es que Romeo ha aprendido también a hacer eso,
a intimidar a la gente aunque apenas la conozca. A veces le dicen “qué serio” y
le intentan hacer reír, pero Romeo aguanta estoicamente sentado en su carro con
mirada fija y penetrante. Otras veces le dicen “qué ojos” y Romeo los cierra
como ha aprendido hacer a imitación de
lo que hacen los gatos, según él. Alguien le hace muecas para que las
repita y Romeo las repite, o bien se queda hipnotizado mirando a esa persona
pensando, quizás, que qué mosca le habrá picado. Incluso la mano le cogen a veces a
modo de saludo ejecutivo. El caso es que Romeo hace amigos en el metro y yo
sonrío como una boba porque no me apetece entrometerme en la relación. Pero me
miran a mí como si fuera a contestar a cada cosa que le dicen, como si
él no entendiera o no supiera responder. Hay cosas que no sabe, normal. ¿Quién
sabe responder a veces por qué se está serio? Pero hay otras que no le da la
gana responder, que él también tiene su espacio vital aunque en ocasiones no se
lo respetaran cuando iba dentro de mí.
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