Desde el día de su segundo
cumpleaños Romeo va a la escuela (“ocio, tranquilidad, tiempo libre” es el
significado original en griego). Ha sido una búsqueda intensa, casi desde que
nació. Todo lo que nos gustaba estaba a las afueras de Madrid y no estábamos
dispuestos a hacer un paseo largo todas las mañanas. Poco a poco y porque nuestras
antenas estaban dirigidas a ello nos fue llegando información de otras cosas
que se estaban haciendo en Madrid cercanas a lo que nosotros entendíamos por
educación. A su vez nos íbamos instruyendo y entendiendo qué era lo mejor para Romeo para cuando llegara el momento de establecer una rutina separada de mamá y papá. Hasta que un día me dijeron que Momo, a quien yo conocía de unas jornadas
sobre educación, iba a abrir una escuelita cerca de donde vivíamos. Los ojos me
hicieron chiribitas: una mujer sabia, una escuelita cercana, un nombre que me
hacía viajar por mis lecturas juveniles donde el tiempo se detenía… No fue
fácil porque Momo no quería a niños menores de dos años y medio, ya que para
ella hasta esa edad los niños piden estar con sus padres y no les compensa los
juguetes de un espacio (por muchos que haya) a la separación de ellos. Efectivamente,
Romeo no estaba preparado: el juego social todavía no había llegado a su vida.
No obstante, una vez conseguida la plaza no la queríamos perder que todo se estaba
desarrollando por la vía de las causalidades y mi intuición decía que no
estábamos equivocados. Aun así a puntito estuvimos de tirar la toalla, que era
muy duro verle llorar todas las mañanas y nosotros no queríamos lo que todo el
mundo decía: que era normal, que al principio a todos los niños les pasa… Ya,
decía mi cabeza, pero ni Romeo ni nosotros somos normales, sino únicos y
extraordinarios y no queremos pasar por esto. Hoy Romeo juega en el Jardín de Momo (primer día que se queda
toda la mañana) y yo escribo en casa, como había soñado hacerlo. Luego le iré a
buscar y volveremos a pasar por el “airecito”, “lo que da vueltas”, “el
escaparate de los juguetes”, “el chico de los malabares”, “el piripi”, nuestro paseo
a la escuelita y a casa de todos los días. Mil gracias a todos aquellos que cuando
nació Romeo el cuerpo les pidió darnos dinero. Qué buena inversión hemos hecho
al llevarle a un lugar donde el tiempo se detiene todas las mañanas.
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