Ayer recordábamos las veces que
le teníamos que cambiar cuando era bebé. Casi en cada toma, ocho
veces al día casi. Mi madre se sorprendía cuando le decía que todavía Romeo no
hacía caca sólida. Ya tenía más de un año. Después la caca cambió. Fue en un
viaje a Estados Unidos donde le vimos por primera vez estreñido, que allí nos
costaba encontrar verdura y fruta. A partir de entonces Romeo empezó a hacer
caca cada tres, cuatro y hasta siete días. Conforme se acerca el momento se va
poniendo más incómodo, dando paseítos por la casa y diciendo: caca, caca y a
cambiar. Que Carlos interpreta como las ganas suyas de que el mal rato pase. Que diciendo a cambiar, en su mente, parece como que ya ha pasado ese mal rato.
Luego cuando la hace no quiere que le cambien y dice: otra vez, caca otra vez, y
así se puede tirar con el pañal sucio las horas muertas. Curioso. Un día, no
hace mucho, mientras le estaba cambiando me dijo que se la enseñara y así hice:
abrí el pañal que ya había plegado y le enseñé su caca. Momo nos ha explicado
que para ellos es algo que dejan, que sueltan de su cuerpo, y que por eso les
cuesta (a unos más que otros). Que coincide con la etapa de desprendimiento y desapego
de la madre. Que en esos momentos es cuando aprenden el concepto de soltar.
Masajitos, verduras, fruta, agua, lino, bífidus… pero si no quiere soltar, no
suelta.
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