Entre las muchas cosas
que Romeo sabe hacer ya, me apetece contar que ayudó a poner la mesa por
primera vez cuando acababa de cumplir dos años. Fue en casa de los abuelos, uno
de sus centros de operaciones y aprendizajes. La abuela le daba los cubiertos y
él los colocaba. Yo atónita le miraba. Más por lo feliz que perecía que por el
hecho en sí de que lo estuviera haciendo. Verle feliz me apasiona. Podría
mirarle y mirarle sin parar: derechito, como si le estuvieran estirando de la
coronilla, con pasos firmes y los puñitos cerrados que siempre
pone cuando se concentra en algo, ambas cucharas dentro, naricilla hacia
arriba para asomarse a la mesa a la que casi no llega… Dejar los cubiertos y
vuelta a empezar, que la abuela se los da con todo el amor del mundo. Ayer fue
su padre quien le animó a hacerlo para el desayuno. Causalidad o casualidad yo
ya había empezado a escribir esto. Y de nuevo, tras acabar, su exclamación
favorita: ¡Romeo puede!
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