Visitamos el zoo por primera vez
con Romeo el 21 de octubre del año pasado, 2012. Su padre tenía unas entradas
de descuento y aunque nos coincidía con un cumpleaños decidimos pasar el día
los tres juntos a solas. Bueno a solas, no, con los animales. Recuerdo ese día
con muchísima expectación. Estaba deseando ver la carita de Romeo delante de los
leones, los elefantes… Nada más entrar nos fuimos al delfinario, que empezaba
una actuación y no nos la queríamos perder. Mientras esperábamos, Carlos se llevó
a Romeo debajo de la piscina, donde se podía ver a los delfines buceando.
Cuando el espectáculo empezó Romeo no quitaba ojo de los saltos, de las vueltas
que daban con las aletas y de los pececitos que les echaban para comer. Nosotros
comimos en las gradas resguardados de la lluvia cuando finalizó el espectáculo. A la hora de su siesta nos
recorrimos todo el zoo seleccionando lo más importante para que Romeo
lo viera al despertar, que a todo no nos iba a dar tiempo. A los elefantes apenas
les dirigió la mirada por más que yo le decía mira qué trompa más laarrrga. Delante
del león nos hicimos una foto con Romeo en brazos protestando tal cual felino.
De los monos le gustó ver cómo las mamás llevaban a sus hijitos a cuestas. Las jirafas,
sin haberlas visto anteriormente en ningún sitio, supo nombrarlas nada más
enseñárselas. Esto es lo que más me alucinó: cómo sin conocer ciertos animales
era capaz de nombrarlos. Y lo que más alucinó a Romeo fue ver los huevos que
acababan de poner las gallinas y los polluelos que habían salido de los huevos.
Ahora que lo pienso: elefantes, osos, jirafas, monos, leones, cebras… todo eso
estaba ya en su mundo, en sus cuentos; pero pollos que salen de huevos como los
que mamá usa para cocinar…
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