Ya he comentado en
alguna entrada que cuando Romeo tenía meses, emitía unos gritos sorprendentes
por su intensidad, que muchas veces no sabíamos por qué era y nos hubiese
gustado saberlo. Pero por entonces no ponía palabras a lo que sentía, y antes
que nada, seguramente, no sabía que estaba sintiendo algo. Ahora Romeo creo que
lo sabe. Por otro lado, en casa le damos mucha importancia a las palabras. Nos encantan las
palabras, jugamos con ellas, las inventamos, las coleccionamos, las regalamos,
decoramos la casa con palabras… y por supuesto las utilizamos para vestir
nuestros sentimientos. Así es que Romeo ha aprendido a decir que está enfadado
cuando lo está, aunque a veces no sepa por qué. Otras veces Romeo se enfada
porque mamá no le da leche, se enfada porque mamá o papá le cambian el pañal,
se enfada porque le visten para salir a la calle, se enfada porque sabe que
después de comer es necesario lavarse los dientes y no quiere… Curioso esto de
la escritura que me hace pensar mientras lo escribo (y no al revés) la manera
de reconvertir estas frases, estas acciones, para que Romeo no se enfade: no
cambiarle el pañal (lo mismo lo acaba pidiendo él cuando se le salga ya el pis
por todos los lados), no vestirle para salir y que vaya en pijama (al fin y al
cabo es ropa), lavarse los dientes cuando pase un rato después de comer… Aunque
en esto dudo mucho que lo hiciera, que el juego le distrae de cualquier cosa;
pero por probar, nunca se sabe. También me doy cuenta de que el enfado forma
parte de la vida y por qué descartarlo. Y de nuevo me acuerdo de mi querida
Rebeca Wild: todo organismo vivo está limitado, los límites nos ayudan a ser
más libres. Algo así decía.
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