Junta la barbilla
contra el pecho y con la manita coge la cremallera, iniciada ya por su papá o
mamá, para subirla hasta el cielo si pudiera. Entonces se queda tan a gusto,
lleno de haber realizado tan grande hazaña. Algunas veces pide que se lo haga
yo, porque no le apetece o porque quiere tenerme a su lado, intuyo. Pero casi
siempre es él el que se sube las cremalleras, que le encanta eso de abrocharse
chaquetas y abrigos. También maneja ya muy bien el arte de pegar el cierre de velcro
de los zapatos. Una vez un amigo me dijo que a él no le importaba esperar a la
gente porque eso le suponía un regalo de tiempo, tiempo que le regalaba esa
gente para estar consigo mismo cuando le hacían esperar. Pues bien, ese es otro
de los regalos que me hace Romeo cada día. Tiempo de observarle cuando le veo
abrocharse su abriguito. Pensaba acabar esta entrada diciendo que mi tiempo es
como de película muda acelerada y el de él es de documental de naturaleza que
muestra a tiempo real el crecimiento de una flor. Que si antes no tenía tiempo
por todo lo que supone hacerle a un bebé: alimentarle, cambiarle, dormirle…;
ahora tampoco lo tengo por lo que supone que un niño aprenda. Pero me he dado
cuenta que en ese su aprendizaje también está el mío, saber estar sin hacer
nada, observándole, y ese es un regalo muy grande.
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