Ayer fuimos a nuestro
parque, el Madrid Río. Después de un mes de vacaciones lo encontramos cambiado:
morado por la flor de lavanda, vestido de verano y con ambiente dominical.
Romeo no daba abasto, quería ir a todos los sitios: estanque que da vueltas,
los toboganes, los chorros, los columpios que hacen música… Tuvimos que
seleccionar: los columpios de la música y el estanque que da vueltas. Lo demás
para mañana, dijo. Sin embargo, cuando nos dirigíamos a casa se le antojó ir al parque
de los “columpios de Romeo”. Un parquecito infantil a cinco minutos de casa
donde siempre vamos cuando queremos ir a algún sitio sin pensar a dónde. Los
parques en la vida de Romeo tienen mucha importancia. Desde que nació y gracias
también a mi amiga Rosalía que me abrió los ojos en este sentido, mi mirada
sobre Madrid tiene forma de parques. Los he descubierto urbanos y pequeños,
urbanos y grandes, con arena, sin arena, con árboles, sin árboles, a las
afueras de Madrid, en pleno centro. Al principio Romeo dormía en ellos, mamaba en ellos. Más tarde organizábamos comidas en ellos. Luego pasó a sentarse
sobre la arena o hierba de los parques para observar. Y ahora los usa a dos
manos. Quiero hacer todo, dijo el otro día. Y es que hasta que no se ha montado
en todos y cada uno de los juegos que hay no quiere-puede irse. Es como si
tuviera que completar algo. Es otra de sus cositas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario