7-5-2012. La primera
vez que Romeo comió gusanitos fue porque le metieron uno en la boca. En un
cumpleaños. Hasta entonces no se los habíamos ofrecido y tampoco mostró interés
por probarlos cuando los veía. Pero aquel día alguien pensó que debía comer gusanitos
como todos los niños que estaban en el cumpleaños y desde entonces le gustan.
No ha pasado lo mismo con el queso. Aún recuerdo una niña llamada Olivia, que
le metió un trozo de queso en la boca cuando Romeo apenas tenía un año. Yo tenía
mucha curiosidad por ver su reacción ante este alimento que su padre odia y yo amo,
y a su vez sentía como que me habían robado el momento. El momento de
ofrecer a mi hijo una experiencia gustativa nueva. Con los gusanitos, sin
embargo, sentí que ese momento nos lo habían impuesto a la fuerza: sin desearlo
Romeo, sin quererlo yo. Fue el principio de una serie de experiencias que sabía
ya no podría controlar en mi hijo. Su mundo cada vez es más amplio, a la par
que sus sentidos más avispados, y como me dijo una mamá amiga una vez, que
nunca se me olvida: son sus experiencias, no las mías.
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