Fue el 16 de abril del
2011 cuando apunté esto. Ayer Romeo también me ayudó. Enseguida se dirigió al
cuarto de arte a por su silla. Pero antes de que llegara con ella a la cocina
le dije que no íbamos a cocinar, que sólo íbamos a poner la mesa. La dejó y se
vino corriendo. Colocó los mantelitos, el agua… No recuerdo lo que haría hace
tres años, con meses, cómo me ayudaría por aquel entonces. Lo que sí tengo
fresco en la memoria son varias escenas recientes: Romeo regando las plantas con una regadera más grande que su cabeza,
Romeo dándome la ropa para tender, Romeo subido a su silla para hacer galletas, bizcochos o
magdalenas con mamá, Romeo sujetando el recogedor de la escoba… En definitiva
Romeo feliz. Cada hazaña de estas las logra con voluntad, sin obligación. Y es
que a Romeo le gustan algunas propuestas de las que le hace mamá. Otras, como
por ejemplo ayudarme cuando le tengo que ayudar yo a vestirse, no. Pero comprendo
que en estos momentos nuestros intereses y necesidades no son las mismas, que él quiere jugar
saltando sobre la cama y escapando de las manos de mamá y yo terminar cuanto
antes, que él tiene tres años y medio y yo casi cuarenta.
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