26-4-14. Romeo juega
con dos amigos, Martín y Sara, a la pelota. Y aquí me apetece contar que es una
pelota grande y azul que cogimos estas navidades de la Cabalgata de Reyes. Pero
sigo con el chichón… Yo le vi caer a cámara lenta: hacia atrás y la cabeza golpeando
despacio sobre el bordillo. No me pareció que hubiera sido un golpe fuerte,
pero lloró y era un llanto de golpe fuerte. Así es que me acerqué corriendo.
¿Estás bien? le pregunté cómo hago siempre cuando se cae antes de hacer otra
cosa. No me contestó y siguió llorando. No estaba bien. Le cogí, le miré, le
toqué la cabeza y me quedé pasmada del bulto que tenía. Comprobé que en el otro
lado no lo tenía (la vida es sorprendente, siempre) por si fuera algo de su
propia cabeza y efectivamente era un chichón gigante. Me asusté. Le dije a
Carlos que fuera a por hielo al bar de al lado. Romeo seguía llorando y yo con
los latidos a cien por hora. Sin embargo el tiempo en mi cabeza seguía a cámara
lenta, que se me hizo eterno hasta que vi aparecer a Carlos con la bolsa de los
hielos. Pensé en el árnica de Sonsoles y me subí corriendo a casa a por el
botecito. Nada más verlo dijo que no quería que le pusiera nada, bastante mal
lo estaba pasando ya con el hielo. Le expliqué para lo que servía pellizcando el hombro de su
camiseta hacia arriba y bajando la montañita para que viera que así iba a
suceder si le aplicábamos árnica. Se dejó. Y maravilla, no se volvió a quejar.
Aquel ungüento hecho por una mamá amiga dio el resultado esperado: tranquilizar
con un toque suave de mamá y bajar la montañita de la cabeza. Ahora sólo le
queda un pequeño rasguño y nada de dolor. A mí un poquito más de peso en el
bolso, pero me da seguridad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario