Normalmente vamos a
Aluche en metro desde Pirámides, pero esta vez cogimos el tren en Embajadores.
Iba emocionado, aunque cansado y en el carrito. Nada más llegar al andén se
quiso sentar en un banco como yo a esperar el tren. Me dijo: ya viene mamá. Yo
le contesté sí, sumida en mis pensamientos, pero sin moverme creyendo que se
trataba del otro. De repente vi el vagón en frente nuestro
y me sorprendí de lo desconectada que puedo estar a veces del mundo.
Subió solo y yo detrás con el carrito. Nos sentamos. Él frente a una
señora al lado de la ventana. Aunque quería encima de mí, pero no se podía todo,
que yo sujetaba con el pie el carro en el pasillo para que no se moviera con el
traqueteo. Al final escogió la ventana por donde vería todo. Le gusta escuchar
el ti-ti-ti de las puertas cuando se van a cerrar. Me dijo que cuando se
volvieran a abrir me iba a enseñar una tarta con sombrero. Yo imaginé que sería
un cartel de publicidad de la estación y que ya no lo veríamos más, para pena
de él. Siguiente estación y las puertas no se abrieron porque no bajó nadie.
A la siguiente tampoco. A la siguiente sí y yo pensé: ahora viene la
decepción. Pero no, efectivamente había una tarta con un sombrero. Una pegatina
en el marco de la puerta que sólo se veía cuando éstas se abrían. De nuevo
pensé que Romeo lleva la magia a todas partes y los trenes nos llevan a esas
todas partes.
Hoy mismo regresamos de unas vacaciones de trenes por Europa del Este.
Hoy mismo regresamos de unas vacaciones de trenes por Europa del Este.
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