Ayer su padre trajo porras y
churros para desayunar. Cogió una porra con una mano y con un churro en la otra metió los dos a la vez en su tazón de chocolate. Primero una cosa y cuando te
la acabes comes otra, le decimos
siempre. Pero nos pilló hablando y no nos dimos cuenta. Así es que así se los
comió, a la vez. Recuerdo los desayunos en Valor cuando era más pequeño. Se
bañaba en chocolate y el churro lo zarandeaba de tal manera que estar a su lado
daba miedo. Un señor le dijo una vez que daba gusto verle comer los churros,
que cómo se estaba poniendo. En el pueblo de mi padre se llaman calentitos y
están deliciosos. Un invierno allí los tomamos y Romeo se puso las botas. Como
le gustan. También en Peloche, nuestro otro pueblo, los tomamos y Romeo de lo
que le gustan no quería esperar a que se enfriaran. Tuvimos que pedir más. De
lazo, calentitos, estilo porras… De todas las maneras le gustan a Romeo los
churros. O le gustaban, que ahora de vez en cuando no le apetecen y me
sorprendo. Aunque no sé por qué, que el gusto, como La Tierra, también cambia.
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