Romeo como todo el
mundo tiene sus cosas. Cosas que para mí eran cuestiones a resolver o a
comprender, como los despertares llorando de la siesta o el no querer hacer
caca ni pis, pero a las que con el paso del tiempo hemos adoptado. Como por
ejemplo:
A Romeo no le gusta que
los pantalones le lleguen por las pantorrillas o se le remanguen. Desde muy
pequeño decía “palopó” cuando el pantalón se le quedaba enrollado en la mitad
de la pierna.
A Romeo no le gustan
las cosas sin acabar: los cajones a medio cerrar, los puzles sin terminar, las
cosas medio colocadas.
Romeo sigue un ritual
de entrada a la escuelita que consiste en llamar los dos a la vez
con todo lo que llevemos: nuestras manos, los cascos de la bici, las
bolsas, mochilas…
Cuando come, los cachos
pequeños no le gustan y los deja. Todo lo come en trozos grandes.
No quiere quitarse el
abrigo, bufanda ni gorro casi nunca, aunque tenga el cuerpo ardiendo.
Hubo un tiempo que
quería hacer todo de todo: montarse en todos los columpios que haya en el
parque, escuchar todas las canciones del cd, leer todos los cuentos…
No le gusta la palabra
"pequeño".
Son las cosas de Romeo
y yo que observo y golpeo el teclado.
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