viernes, 23 de octubre de 2015

Romeo come tarta



El tema de la comida suele ser asunto importante en el mundo de los hijos. Hace poco mi cuñada me comentaba que oír a un niño decir que tiene hambre le provoca una angustia terrible y quiere como sea saciar esa necesidad al instante. Entonces pude entender cosas de ella.
Para mí también ha sido tema estrella en el cuidado de Romeo. Aún recuerdo la primera vez que comió algo distinto de mi leche: le hice una foto con la naranja entre las manos para inmortalizar el momento. Poco a poco fue comiendo diferentes alimentos, según el orden establecido por quienes nosotros considerábamos expertos o por nuestra intuición.
Un día comió tarta. No recuerdo cuándo fue porque no lo tengo anotado, pero sí creo recordar su cara de placer absoluto. Con la cuchara en la mano agarrada como si fuera una maza con la que aporrear el plato. Desde entonces se han sucedido varios cumpleaños y celebraciones en las que ha comido tarta. Nunca dice que no. Es más, el otro día en el cumpleaños de su amigo Oskar, cuando vio el trozo de tarta que le habían servido, dijo que ese no, que quería otro más grande. Pocas veces el juego ha vencido a sus ganas de tarta. Hasta tal punto le gusta la tarta, que ahora le ha dado por decir que sólo le gustan las cosas dulces y que las salchichas y las patatas fritas, que tanto le gustan, son dulces. Siempre está con la palabra "dulce" en la boca, ya sea desayuno, comida, merienda o cena. A veces me he preguntado de dónde proviene el origen de esta obsesión: si del capítulo de Pippi Calzaslargas en el que se atiborraba a dulce porque era lo prohibido o de la tan preciada palabra "postre" en casa de los yayos. O ¿será de la tartera que, por fín después de mucho desearla, me he comprado?



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