Otra de las cosas maravillosas
que encuentro en la maternidad es la posibilidad de un renacimiento propio. Los
primeros carnavales que pasé con Romeo pensé: este es el momento de volver a
disfrazarme, de hacer aquello que tanto me gustaba y dejé de hacer. Me agencié
un pantalón amarillo y me hice un sol de cartulina para la cabeza y tachán: un
sol. Le cosí a Romeo unas estrellas en su pantalón de chándal, le pinté una luna
en la cara y tachán: una “guga”, como él
decía. Al año siguiente fue el puzle, que por entonces era lo que más le
gustaba a Romeo. La familia al completo nos disfrazamos de un gigantesco puzle
donde ponía RO-ME-O. Sólo el año pasado no nos disfrazamos porque íbamos al
Peropalo de observadores.
Romeo se pinta en El Jardín de Momo
siempre que le apetece: unas veces de lobo, otras de tigre, casi siempre de
pirata… Hoy cuando le he recogido de la escuela era un pirata. Se ha pintado la
cara de negro: barba, bigote, parche, frente… que apenas se veía cachito de
piel sin pintura. Todos los que le veían le decían algo. Una señora le ha dicho:
vaya, ¿qué te ha pasado? Cómo tienes la cara… ¿Te lavarás ahora al llegar a
casa, no? ¿O al menos esta noche antes de dormir, pues vas a poner las sábanas?…
Romeo y yo en silencio. Al rato Romeo le dice: es que quería ser un pirata. Ah,
dice la señora, o sea que hoy en la escuela el tema eran los piratas. Yo sonrío
y me preparo para subir al autobús que ya viene. Por el camino voy pensando los
diferentes conceptos por los que ha pasado la escuela, tantos casi, como mentes
humanas. Para esa señora la escuela es un sitio donde te administran un tema,
en este caso los piratas. Para Romeo la escuela es un sitio donde puede
desarrollar su interés de ese momento, en este caso los piratas. La “tutora” de
Romeo me dijo el otro día que pintándose la cara trabaja sus miedos. Para mí es
un espacio de calidad donde Romeo trabaja, es decir hace aquello que
tiene-quiere-debe hacer como niño que es.
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