Nada más nacer me lo pusieron
encima y aún hoy lo siento ahí. Recuerdo consejos y caras cuando le cogía en
brazos. Recuerdo momentos de toda clase (yo comiendo, durmiendo, escribiendo,
leyendo, paseando…) con él en brazos. Recuerdo una rutina que establecimos para
dormir que consistía en tenerle en brazos, frente a las maravillosas vistas del
anochecer madrileño que se ven desde nuestra casa, mientras sonaba un disco de
nanas. Cuando empezaba la quinta nana era la contraseña para llevarle a la cama
en nuestros brazos hechos papilla. Ahora sigue pidiendo que le llevemos en
brazos a la cama, aunque ya las vistas alcanza a verlas él solo, y las nanas se
han transformado en el ruido de un Gatobús
imaginario que evoca su padre con los brazos también machacados. La consigna de
Romeo cuando quiere brazos es “a subir con mamá”. Querer brazos porque está
cansado, porque se está haciendo caca, porque quiere estar junto a mamá, porque….
Sólo él lo sabe. Igual que sólo él sabía porque lloraba de bebé cuando teniéndole
en brazos me sentaba. Hasta este viernes, que Federico Martín Nebras me ha
explicado que el niño se forma con la danza de la vida de mamá, y claro, cuando
me sentaba dejaba de danzar.
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