jueves, 7 de abril de 2016

Romeo se columpia



Ayer un amigo de Romeo me pidió que le columpiara. Acto seguido dejé mis cosas en el suelo y me dispuse a hacerlo, cuando vi que se estaba columpiando él solo y al lado estaba mi hijo también haciéndolo. Por un momento pensé: magia, si yo no he hecho nada… Luego me acordé de que ya sabían. Hace tiempo que aprendieron. Todavía tengo en mi cabeza escenas de los dos columpiándose en un jardín sueco lleno de margaritas blancas y mucho verde. Retrocediendo más en el tiempo me acordé de la primera vez que Romeo se columpió, con su amiga María, en los columpios de la urbanización donde yo viví mi adolescencia. Fue María la que le enseñó, o Romeo el que vio a María y aprendió. Después de ese día a su padre y a mí nos parecía increíble ir a los parques y no tener que empujar a nuestro hijo para balancearle. Pero ayer quiso de nuevo que yo me convirtiera en mamá-empuja columpios y tuve que hacerlo. Yo volví a pensar que mientras me ponía fuerte, meditaba, me iluminaba con la sonrisa de mi hijo… A veces se me olvida que Romeo ya sabe hacer cosas y se las hago. Otras veces se le olvidan a él. Y es que esto de crecer es como el vaivén de los columpios: unas veces viene y otras se va.

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