A Romeo le gusta ir al baloncesto
con pulserita. Tiene hasta una canción sobre ello que canta con su amigo. La primera
vez fue un 5-4-13. El domingo de pasión volvió a ir. Entre medias ha ido varias
veces más. Esta última soñaba con ello desde hace tiempo, pensando que
quizás habría conejos de pascua y que Sergio Llull metía una canasta
desde el medio de campo otra vez. Además le gusta sentirse cuidado por todos,
que como es de los niños más pequeños que acuden a la sala vips de un campo de
baloncesto, todo son atenciones: llaveros, pins… y si no él mismo se
sirve. Así fue esta vez, que cogió el conejo de chocolate más grande que había
en la mesa y tuvo que venir la señorita a decirle que ese era de adorno, pero
que al final del partido se lo guardaba para él. En el campo se queda hipnotizado
con los números del marcador y las cheerleaders, hasta un bailecito se marcó en
la grada imitando a éstas el otro día. El resto se le hizo largo, como a mí,
que aunque era la semana de pasión, no vivimos la del baloncesto tanto como el
padre y tenemos que entretenernos con otras cosas, mirar a la gente, la publicidad o pensar en el chocolate del bolsillo…
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