De pequeña si me iba
de campamento era que me iba varios días fuera de casa, a dormir en tiendas de
campaña con monitores que nos cuidaban. Ahora se anuncian campamentos urbanos.
Me costó entender el concepto. Creía que eran como las antiguas colonias, donde
los niños dormían fuera de casa, pero no en tiendas de campaña sino en
residencias o colegios. Luego entendí que se llaman campamentos urbanos a las permanencias en lugares urbanos el tiempo que
duraría un colegio los días que no hay colegio, acompañados por personas que
proponen a los niños actividades. Es decir, una mezcla entre guarderías de niños más mayores y lugares donde hacer
otras actividades diferentes a las del colegio cuando no hay colegio.
Romeo fue por primera vez de
campamento el 30-3-15. Fue en la escuelita donde él acudía habitualmente, Momo,
en horario escolar, durante las vacaciones de Semana Santa. La Asociación El
Bancal organizaba talleres de huerto y naturaleza y le apuntamos. Le explicamos
que el espacio y el tiempo iban a ser iguales, pero que la compañía (aunque iba
con un amigo de Momo) y actividades no. Iba ilusionado y se lo pasó bien. De
aquella experiencia quedaron saludos a la salida de la escuela a los cuidadores del huerto y un cuaderno de la naturaleza
precioso. Más adelante la abuela le regaló un campamento de circo. Mismo
horario que la escuela, pero distinto sitio y compañía (aunque iba con una
amiga de Momo). Le gustó pero creo que le pilló cansado. Sin embargo, de aquello
quedó una película de la que hace poco me dijo que él había puesto el título.
Este verano hemos hablado de
campamentos de dormir fuera de casa, porque vimos uno en el pueblo donde estábamos. Me dijo
que él quería ir pero conmigo. Como aquella vez que fuimos a uno en cabañas de
madera, con adultos, niños y talleres. Algo me dice que ese “conmigo”
puede estar en peligro de extinción. Por eso, quizás, necesitaba escribir esto.
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