miércoles, 15 de noviembre de 2017

Romeo nada



Cinco días antes de nacer Romeo se deslizaba por el agua de una piscina. Todos los veranos desde que nació, se baña en el mar y en una piscina o varias. Yo lo pasaba mal. Me gustan las piscinas y el mar para nadar, pero no soporto el quedarme quieta porque paso frío. Con Romeo no me quedaba otra que sostenerle, quedarme quieta con él en brazos, como mucho saltar con él o llevarlo sobre la espalda, pero el frío no se me iba. Pensé en comprar un traje de neopreno para hacer el acompañamiento natatorio más llevadero, pero una amiga me dejó uno y vi que no era una buena solución. Intentaba no pensar en el frío, que la sensación de disfrutar con mi hijo en el agua lo anestesiara, pero tampoco resultaba. Por otro lado, estaban las ganas ansiosas de la gente cercana porque aprendiera a nadar. Yo no quería apuntarle a clases de natación a no ser que él me lo pidiera. Confío en el ser humano hasta límites insospechados. No me lo pidió. El 12-7-15 en una piscina, a la que nos invitan todos los años, Romeo nadó solo. A partir de entonces mi frío se fue disipando, que ya podía quedarme en el bordillo sin necesidad de meterme con él. Sin embargo, este verano le di clases de natación sin petición previa. Durante un mes fui su profesora en una piscina de hotel diferente cada día. Quería nadar conmigo y algo tenía que inventarme para que no volviera el frío.
Ahora Romeo nada en el colegio. Una vez a la semana la clase de educación física se convierte en una inmensa piscina donde nadan con churros entre las piernas y pierden escarpines. Romeo la semana pasada perdió todo: bañador, gorro, gafas… Hoy lo encontrará y podrá bañarse. Confío en la magia de la escritura también hasta límites insospechados.

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