Con sus primos se estrenó en este
arte. En la carta a los Reyes Magos de
las navidades del 2016-2017 pidió un “aipad”. Para el viaje que hicimos en junio del 2017 su padre le dejó su antiguo ipod. Fue su bautismo en esta nueva vida de
videojuegos. En su séptimo cumpleaños pidió y le regalamos una Tablet. Estas pasadas
navidades le llegó de oriente (literal) una Nintendo Switch. De los ninjas y
descargarse más de cinco juegos al día ha pasado a sumergirse en el mundo de
Super Mario. Romeo habla, piensa y sueña con Super Mario. Desde que dejó las
cosas que daban vueltas, de bebé, no le había visto tan apasionado por algo. A
todo el mundo le habla de Mario. Así es como me he dado cuenta de lo difícil
que es escuchar a veces a un niño. Cuando lleva más de cinco minutos contándome cosas
de la odyssey, de cómo matar al pulpo o coger energilunas, desconecto, quiera o
no. A esta dificultad añado mis temores, mi pasado… y se convierten en el mayor enemigo
para Romeo, más que cualquier Bowser.
Hemos pasado por varias etapas:
límite en relación al espacio, límite en relación al tiempo, límite en relación
a la gestión de la vida familiar, no límite… Cada cierto tiempo Romeo plantea
su disconformidad por las reglas impuestas en el uso de los videojuegos y se
vuelve a tratar el asunto en la asamblea del domingo. Ayer negoció duro su
media hora al día de videojuegos. Consiguió argumentar y convencernos de que
necesita más tiempo. Jamás había leído, escuchado, hablado, pensado tanto sobre videojuegos. Tampoco había visto, escuchado...etc de baloncesto hasta que conocí a Carlos. Ventanas que nos abre a/la vida.
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