2-12-18. Fue uno de esos días
raros en que comimos todos juntos en casa de mis padres. Desde que mis padres
ejercen de abuelos, Romeo es el único que suele ir a comer allí mientras nosotros
trabajamos o nos preguntamos por qué no hemos ido. Todo fue sucediendo como
siempre, como el guion de estas visitas parece indicar. Para resumirlo digo que
Romeo era el centro de atención de la operación. Cualquier movimiento o
comentario se dirigía a su persona. Sólo cuando mi madre A narró venturas y
desventuras, Romeo pasó desapercibido.
Después de comer Romeo se puso a
ver la tele como hace siempre en casa de mis padres. Mi madre A quiso mostrar
que lo tenía controlado y le avisaba a cada rato de que la iba a quitar. En un
momento dado, cuando ella creyó que era suficiente, se la apagó. Romeo gritó y
se enfadó hasta el infinito y más allá. Por lo visto le quedaban dos minutos
para que acabara la película que estaba viendo. Mi madre no le escuchó. Romeo
la insultó. En ese momento yo empaticé más con mi hijo que sufría por haberse
perdido dos minutos de película, que con mi madre que recibía insultos de su nieto.
Antes del drama, Romeo le había pedido la merienda. Mi madre le dijo que hasta
las cinco no se la daba, que siempre lo hacen así. Yo alucinaba con el bailoteo
de normas que estaba presenciando. Romeo protestaba por todo. Si tan
establecido estaba, como parece que mi madre quería hacernos entender, ¿cómo es
que mi hijo protestaba tanto? No entendía nada. Ahora pasado un tiempo entiendo
que debimos hacer muchas cosas que no hicimos: como, parar a Romeo cuando
agredió verbalmente a mi madre o relajarnos con el plan de actuación de mis
padres en su función de abuelos pantalla mediante. También entiendo que no es
lo mismo una casa con abuelos y nieto, que una casa con abuelos, hijos y nieto.
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