3-11-18. Fue uno de esos días
raros en que mis padres vinieron a casa. Creo que algún día tendré que
escribir algo sobre los “centros de operaciones”, las casas de los padres como
centros de visitas y de todo cuando los hijos hace años que se independizaron.
Romeo empezó a mostrarse nervioso
y a mí se me ocurrió sacar su colección de peonzas para ordenar ese movimiento
desordenado y nervioso, en uno giratorio y repetitivo. Que si La Tierra gira y
nos tiene embelesados con su rotación que ni nos enteramos, igual las peonzas también
nos podían ayudar. Mi padre A se puso a girar una que le llamó mucho
la atención, porque se daba la vuelta cuando llevaba un rato rodando sobre su eje. Lanzaba la
peonza una y otra vez para intentar comprender su mecanismo. Tal cual un niño
cuando trabaja (=juega). Luego nos contó a lo que jugaba cuando era
pequeño con sus amigos: dibujaban un círculo, uno tiraba su trompo y después
los demás lanzaban el suyo intentando dar al primero para hacerlo salir del
círculo. Creo que no había visto a mi padre trabajar así, con la seriedad con
la que juega un niño, desde hacía tiempo.
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