El otro día mi madre A llamó por
teléfono a casa. Sí, a casa, nuestra casa, porque tenemos un teléfono fijo que
todavía recibe llamadas de teléfono a casa, a los habitantes de nuestra casa y
no a una persona en concreto. Lo cogí yo.
-Hola, ¿qué tal estás? ¿Cómo
estás de tu resfriado?
-Bien, algo mejor.
-Bien. ¿Está Romeo?
-Sí, pero ahora no se puede
poner. Está jugando. Luego le digo que te llame.
Tras despedirnos, colgué y me
quedé pensando en Ordesa. Ese parque nacional al que fui de pequeña con mis
padres. Todavía tengo una camiseta comprada allí donde se lee Ordesa bajo el
dibujo de unas botas montañeras. Me acordé de una frase del libro de Manuel
Vilas que dice algo así: mi madre ha pasado de interesarse por su marido, a
interesarse por sus hijos, a interesarse ahora por sus nietos. Imagino que es
el recorrido que hacen todas las abuelas.
Un amigo me dijo hace tiempo que
los padres no nos pueden dar lo que no nos dieron en el pasado, y con esa frase
me arrullo de vez en cuando. Esta y la frase de Ordesa son las que en ocasiones
me explican el mundo. Como el otro día cuando mi madre irrumpió en nuestra casa
a través del cable telefónico.
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