El otro día le dije a mi madre A
que Romeo y yo íbamos a ir a desayunar con mi tío abuelo el domingo. Desde
navidades soñábamos con ese momento. Le relato el plan con toda mi ilusión por
si se quiere unir y me contesta con voz de tragedia que sí, para acto seguido
relacionarlo con una muerte. No escribo esto porque me contara una muerte, que muertes
tenemos todos los días y son parte de la vida, sino por el hecho de que de
nuevo mi madre tragediza mi discurso pintándolo de negro con su desánimo. A veces siento como si me elevara como un
globo para ver desde arriba toda la
grandeza de la vida, con sus cosas maravillosas y cosas horrorosas, y que
después llega mi madre y me agarra del cordoncito tirando para abajo para que
sólo vea lo horroroso. Igual que el telediario y los periódicos. Por eso yo no
los veo ni los leo.
Será por eso que cuando Romeo me
dice que podíamos excavar en la playa y hacernos una casa debajo de la arena, yo asiento. Que
cuando me repite que hay que decirle al alcalde que quite el colegio, yo asiento
también. Por eso cuando pensó en un viaje a Finlandia para ver a Papá Noel,
asentimos y lo hicimos.
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