No creo en los colegios. Pienso
que no deberían existir. Quizás cumplieron su función hace tiempo, pero hoy no tienen sentido.
Antes de que Romeo empezara a ir
al colegio nos lo pensamos muchísimo. Finalmente accedimos a participar
en el sistema impuesto por varias razones.
El otro día me preguntaron si
Romeo estaba bien en el cole, si nos gustaba. Dije que en general le veíamos
bien y que nosotros estábamos contentos, pero que había cosas que no nos gustaban.
Ahora me apetece hablar de alguna
cosa que me gusta del cole de Romeo o de lo que me aporta el llevarle al colegio.
Por ejemplo, que gracias a ello
he sabido que hay un quinto gusto en la lengua, el umami; que hay un pueblo
español en Francia, Llivia; he recordado que un lustro son cinco años… Me estoy
leyendo sus libros de texto y los estoy disfrutando. Por primera vez en mi vida,
estoy disfrutando de leer temas llamados de sociales y de naturales.
Me encanta cuando Romeo sale y me
suelta nada más verme algo que le ha gustado, algo que ha hecho. Casi todos los días me cuenta alguna cosa emocionado. En Navidades tuvieron que ensayar durante mucho
tiempo la obra de teatro para el Festival y Romeo venía encantado. En casa
hacía horas extras de ensayo. Ha descubierto un libro de chistes en la
biblioteca de la clase y cada día llega con uno nuevo. Que la raíz
cuadrada no la van a dar porque no se utiliza, pero mamá, ¿cómo es? Situó su
primer día de comer sólido en una línea de tiempo y espacio y yo aluciné.
Pero... un día quería calcular cuánto podría costar un muelle gigante y dijo que se
lo iba a decir a su profe, que lo hiciera ella, que bastantes problemas tontos
les obligan a hacer todos los días. Dice que lo que menos le gusta es
Sociales. En ese momento pienso en mis padres, que fueron profes de Sociales.
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