Pienso que los colegios no
deberían existir. Me parecen una institución obsoleta. Dicho esto y porque
llevamos a nuestro hijo a un colegio (no nos pusieron una pistola en la cabeza
para hacerlo), muchas veces compenso lo que el cole deshace. Otras veces, como
ahora, siento la necesidad de ensalzar o ver con ojos amables las cositas
bonitas que hacen. Ahí va:
Hace unos días Romeo salió
diciéndome que habían conocido a Kevin, un africano que estaba yendo a clases
escolares para ponerse al día con el temario de Instituto. Romeo, me lo
imagino, escuchó bien atento las historias que Kevin contaba de su país, y
luego en el recreo le dieron también leche y bromeó con ellos, me dijo.
Una mamá y un papá habían ido
al colegio a hablar a los niños y niñas sobre dos países que conocían: Japón
y Egipto. Desayuno egipcio incluido. Me pareció una idea maravillosa.
Otro día Romeo salió entusiasmado
contándome que habían tenido un espectáculo de magia en el salón de actos. Me relató varios números. En uno de ellos el mago había hecho aparecer un reloj del
color elegido por una niña de su clase.
También sé que un día fueron unos
papás biólogos a hablar sobre animales.
Todos los años hacen salidas y, aunque Romeo no llega requeteentusiasmado, sé que en el autobús se lo
pasa en grande. Inventa historias con su amigo, juegan al escondite con la
ropa, se encuentran tesoros…
Yo lo coloco y el cole… Como hoy, que por culpa de unas
pruebas externas les roban la natación.
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