Hubo un tiempo, y ahora a veces
también lo hago, en que construía puzles con las tomas de energía de mi
organismo. Es decir, que si un día había cenado mucho, al día siguiente no desayunaba.
Pero no era que no desayunaba porque no tuviera hambre, sino porque consideraba
que me había sobrepasado de cantidad de comida en la cena anterior. Ante todo
esto. Aunque claro, muchas veces, los torreznos o las bravas ingeridos por la noche,
hacían que por la mañana no tuviera hambre.
El otro día un señor dudaba
acerca de qué tamaño de palomitas comprar. Al final optó por una grande
diciendo: mañana no desayuno y listo. Me hizo gracia. Me recordó a mis puzles
de alimentación.
Me gusta hacer puzles. Sé
que es una manera de actuar más mental que sentimental. Ahora
intento hacerlo al revés. Comer según mi apetencia, hasta justo un poquito
antes de quedarme llena o mejor, un poco después de la sensación de hambre, como me dijo un amigo. Eso alarga la vida y evita
molestias estomacales, y yo quiero una vida larga y placentera. No obstante, sigo
haciendo puzles de vez en cuando. De hecho, después de un año, acabo de encolar El Beso de Klimt.
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