Ayer le dije a mi sobrina que los
móviles me dan un poco de alergia. Quería enseñarme a toda costa una aplicación en el
móvil de su padre, pero no me apetecía nada verlo. Siento un rechazo
interno muy fuerte e inexplicable a las pantallas cuando estamos en una reunión
de personas o en medio de la naturaleza. Cuando leo en la biografía de Gloria Fuertes
que no la dejaban leer, me veo un poco como esa madre que se revuelve cuando su
hija toca un libro. En mi caso, una pantalla. No me pasa siempre, ya digo,
sólo en entornos humanos o de naturaleza.
Hace unos días Romeo tuvo que
contestar unas preguntas de sociales por ordenador. Las claves para entrar al cuestionario
que había elaborado el colegio las teníamos los padres. Nos las habían mandado al
móvil. Me quedé patidifusa por lo mal escrito que estaba el texto, con varias
faltas de ortografía. No es que me importe en exceso la correcta ortografía. Es más, yo me invento palabras cuando quiero. Pero me llamó la atención por
venir de un ámbito en el que son muy pesados con el tema de la lectoescritura
en los niños y niñas. Pretenden que escriban y lean correctamente cuanto antes, y dan
ejemplo escribiendo pésimamente. No es la primera vez. Con frecuencia recibimos informaciones y boletines del colegio bastante mal redactados. Aparte de la sorpresa, esto
hizo que Romeo perdiera tiempo intentando interpretar el texto. Algo contradictorio
si, como creo, con el uso de la tecnología se pretende economizar tiempo.
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