Mi ambición de adolescente era
comprar una casa. No paré de ahorrar hasta que la conseguí. Ni las Nikes, ni
las maquinitas (que ya empezaban a hacer furor), ni los Levi´s… Nada superaba el hecho de tener una casa propia. Creo que aprendí a ahorrar porque en casa se
gastaba lo justo y necesario. Mis padres no eran consumistas. Recuerdo a mi
madre A apuntando los gastos diarios de las vacaciones, como ahora hago yo. También
me acuerdo de mi padre A comentando que no sabía lo que gastaba en facturas, que
se fiaba de que fuera lo correcto, que no estaba pendiente del dinero. Esa mezcla de
despreocupación por un lado y de no querer gastar por otro, es lo que me ha
formado. Vivir con la seguridad de tener para vivir y la comodidad que
proporciona el no gastar. Me alabo por poder pasar un día sin gastar ni un solo
euro. Cuando un día lo comenté en el Cine se quedaron con la boca abierta.
Sin embargo, ahora, me llama
mucho la atención cómo mis padres gastan sin miramientos en determinados sitios.
Sitos y situaciones en las que yo considero que podrían haber gastado menos, o
que de alguna manera les han engañado. No es porque hayan pasado a una despreocupación
absoluta por el tema del dinero que les haya convertido en consumistas, que
creo tampoco lo son (sin contar lo que conlleva la condición de abuela); sino que es como si de vez en cuando aterrizaran de otra
galaxia y por ignorancia normalizaran el sablazo que les están dando.
Este verano, un martes, en un
restaurante de la Casa de Campo, pidieron para comer platos a la carta. El
sablazo fue monumental y eso que sólo pedimos varios para compartir (sin mucha
convicción y dándonos un poco igual todo), bebida y algún postre. Mientras los de al
lado disfrutaban de su menú de dos platos con bebida y postre incluido por el mismo precio que nuestro pisto. Estuve
a punto de decir algo, pero creo que hice bien en contener mi afán controlador,
que igual a ellos les primaba más otras cosas.
Con Romeo también me tengo que morder la lengua de vez en cuando o, si me pregunta, recordarle el plan de ahorros que se trazó. La diferencia es que Romeo es un niño que está creciendo y mis padres son adultos que están creciendo también. Y yo por aquí me explico, o no, las cosas, me desahogo y crezco también.
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