Primer día de cole de este curso.
Romeo me cuenta los truquillos que va a utilizar su nueva profe para conseguir
que los niños y niñas hagan lo que ella quiere. Uno de ellos: dos botes, uno
vacío y otro lleno de bolitas de algodón. Cuando la clase no atiende, la
profesora da palmadas al ritmo de una famosa tonada. Si los alumnos y alumnas
siguen las palmas y se callan, la profesora mete una bolita de algodón en el
bote vacío. Cuando el bote que estaba vacío se ha llenado, toda la clase recibe
un premio. Otro: una palmera con varias ramas y monitos.
Cada uno de los monos va subiendo por las ramas en función de si las alumnas y
alumnos se han callado o han dejado de hacer lo que su naturaleza les pedía.
Cuando consiguen retenerse hasta el punto de que el monito haya llegado al
final de la rama, la profe les da un premio que puede ser: una pegatina, poner
una canción que les guste…
Romeo me cuenta que ha descubierto
la manera de hacer las dos cosas: lo que su cuerpo le pide y conseguir el
premio:
-Mamá, si hablo mucho y cuando
ella nos avise de que nos callemos, me callo, mi monito sube un poco. Si lo
sigo haciendo, sube más. Así es que eso haré: hablar y callar muchas veces hasta
conseguir el premio.
Acto seguido le doy la
enhorabuena por jaquear el sistema, el absurdo sistema de premios y castigos.
Mi hijo de 9 años ha sido capaz de detectar un fallo en el sistema que lo hace
vulnerable y más absurdo si cabe. Ha puesto en jaque mate al adoctrinamiento basado en el conductismo.
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