A través del cristal de la
taquilla veo la película de la vida. Un día observé la siguiente escena:
Una niña pequeña caminaba junto a
su madre y al pasar frente al Cine dijo:
-Huele a palomitas.
Su madre contestó:
-Sí, porque es un cine. ¡Venga,
vamos!
En ese momento me quise meter en
la cabeza de la niña y contarle más cosas del mundo mágico del cine. Contarle
que hacemos palomitas con maíz, aceite y sal y que el olor se expande por
dentro y fuera del Cine, al igual que las imágenes que se proyectan en las
cuatro salas. Pero la niña ya caminaba deprisa junto a las prisas de su madre y
no pude hacerlo. La de veces que cortamos el discurso de los niños/as… pensé. Unas
veces por prisas, otras por miedo a que nos pidan algo… Me imaginé a la niña
evocando su idea de cine de camino a casa.
Me acordé de mis prisas, de las
prisas que tiene que sostener mi hijo aunque no quiera, y me prometí que no lo volviera a hacer.
Poco después, mi tío abuelo de 97 años se cayó por cruzar deprisa una calle para
alcanzar el verde de un semáforo. Con el carrillo todavía morado me dijo que se ha prometido no volver a tener prisa. ¡Qué bello es el cine que me enseña a vivir!
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